¿Pueden cambiar las exigencias ecológicas el mundo del vino?
¿Se imagina comprando su vino favorito en tetra pack? ¿Y qué le parecería que ese malbec argentino de tan buena relación calidad-precio que acaba de descubrir viajara como si fuera un granel para ser embotellado a su llegada a España? Son algunas de las cosas que podrían suceder a medida que los argumentos ecológicos y la preocupación por el medio ambiente adquieran un carácter prioritario en el sector del vino.
La “huella de carbono” planea sobre cualquier actividad productiva que se realice en el universo como si fuera la sombra de su conciencia. También sobre el vino. ¿Qué coste medioambiental tiene para el planeta disfrutar en Europa de un fragante sauvignon blanc de Nueva Zelanda o conseguir que alguno de los excelentes vinos que se elaboran en España conquiste el mercado norteamericano, ruso o chino?
Hasta hace poco, el principal tema de debate cuando se relacionaba la ecología con el vino se centraba en la limitación o supresión en el uso de productos químicos en el viñedo. Luego llegó la alarma del cambio climático como consecuencia del aumento de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Las regiones cálidas podrían tornarse tórridas e inhóspitas a la viña y nacerían nuevas áreas de cultivo en zonas hasta ahora consideradas demasiados frías.
Todo esto ha dado paso a un análisis más detenido. 2008 ha abierto las puertas a la preocupación, que previsiblemente continuará y crecerá en el futuro, por conocer al detalle la incidencia que tiene en el entorno cada paso de la vida del vino, prácticamente desde el momento en que se planta una cepa hasta que su fruto llega al consumidor. El trabajo publicado a finales del año pasado por el blogger de Dr. Vino y profesor de la Universidad de Nueva York, Tyler Coleman, y Pablo Päster, de Sustainable Solutions Group, marcó el primer intento de cuantificar las emisiones de carbono que se generan en este proceso.
La “bolsa” creada en Sudáfrica
Transportar el vino, lo más contaminante
La primera conclusión clara del estudio fue que el transporte del vino es la etapa con una implicación más negativa para el medioambiente. Como publicó Coleman en su blog, “descubrimos que la distancia sí importa”.
Según esto, ¿lo ideal sería tomar el vino de la región vinícola que nos resulte más cercana? No siempre. Afortunadamente, el barco parece ser el medio más ecológico, por delante del transporte por carretera y, en última instancia, el avión. En el caso de Estados Unidos, esta distinción permitió a Tyler y Päster trazar una “línea verde” a la altura de Ohio, según la cual sería más ecológico para quien viviera al oeste de la misma consumir vino californiano, mientras que los aficionado del lado este podrían disfrutar sin remordimientos del vino francés transportado por barco.
Una de las soluciones sobre las que más se debate para reducir las emisiones de CO2 es la posibilidad de transportar los vinos a granel para su embotellado en destino. Probablemente, el tema no tiene mayores implicaciones si hablamos de vinos de perfil bajo o medio-bajo, pero resulta claramente inaceptable para los elaboradores de vinos de calidad que quieren mantener la integridad del producto hasta el final y asegurarse de que el objeto de sus desvelos llega correctamente a la botella.
Es, de hecho, un tema candente entre británicos y australianos por las presiones de las grandes y poderosas cadenas de supermercados de Reino Unido para que los lejanos vinos aussies que triunfan en el país no empañen su conciencia verde. El diario australiano The Age se hacía eco en mayo de la nueva política de los Tesco, Sainsbury y compañía de pedir “credenciales medioambientales” e interesarse por la política de las compañías vinícolas en este campo antes de decidirse a adquirir sus vinos.
Botellas de aluminio
El asunto está relacionado también con los problemas que tiene Reino Unido con el reciclado de vidrio. Según The Age, el WRAP (Waste and Resources Action Program) presionaba para que se rebajara el peso de las botellas desde los 500-585 gramos habituales a sólo 300 gramos, pero por los problemas de rotura que podría ocasionar un envase de tanta ligereza, se ha alcanzado un compromiso para fabricar botellas en el entorno de los 420 gramos y las primeras unidades empezarán a estar disponibles a finales de año. Esto, sin embargo, no sirve para los espumosos que necesitan un vidrio más grueso que contenga la presión del carbónico. Y desde luego choca frontalmente con las impactantes y notablemente pesadas botellas tan de moda para los vinos más altos de gama. (Incluso dejando las preocupaciones medioambientales de lado hay ejemplos que son tremendamente incómodos de manejar).
En este contexto, no deja de tener su gracia que un estudio realizado por la Universidad de Bangor (Escocia) y citado por Jancis Robinson en su web haya concluido que los consumidores se quedan más impresionados por la altura que por el peso de las botellas.
Por otro lado, según los datos que aportan Coleman y Päster, el mágnum con capacidad para 1,5 litros sería el envase más ecológico ya que ofrece el ratio más bajo entre vidrio y vino, mientras que con las medias botellas (o incluso de capacidad inferior que se están poniendo de moda para fomentar un consumo moderado de vino) esa relación resulta bastante más negativa.
Un PET con forma de botella de vidrio
Los nuevos envases para el vino
La sustitución de la botella por envases más ligeros, reciclables y por tanto más respetuosos con el medio ambiente es otro tema candente en estos momentos y, de hecho, existen ya distintas iniciativas que funcionan con más o menos éxito. El conflicto surge nuevamente cuando llegamos a vinos de calidad en los que la imagen y el envoltorio forman parte del “mensaje”. ¿Se imaginan un grand cru en algo que no sea una elegante botella?
El bag-in-box, relativamente extendido en el mundo del vino y con la ventaja de asegurar una buena conservación del producto una vez abierto el envase, o el tetra pack aparecen como alternativas especialmente amables en el estudio de Coleman y Päster. El PET, por otro lado, que vemos mucho en aguas minerales, es otra opción a disposición de los elaboradores. La firma australiana Wolf Blass es una de las que ha comenzado a utilizarlo. Además de valorar la reducción de emisiones durante el transporte (un envase de 75 cl. sólo pesa 54 gramos), espera cortar el índice de desechos en más de un 85%, ya que es uno de los materiales con índices más altos de recuperación en los programas de reciclado. Hay que tener claro sin embargo que la vida de un vino en PET es de unos 12 meses, lo que limita su uso a aquellos pensados para un consumo rápido y de alta rotación. El crítico británico experto en temas técnicos Jamie Goodie ha señalado que este sistema de envasado deja entrar más oxígeno que el vidrio; de ahí que su vida sea más corta y se pierda la frescura del vino más rápidamente.
Los envases alternativos también podrían solucionar las dificultades a las que se enfrentan algunas compañías que elaboran grandes cantidades de vino para proveerse de botellas de vidrio. Pero el gran obstáculo en todos los casos es la aceptación por parte del consumidor.
Convenciendo a los consumidores para pasarse al tetra-pack
La firma francesa Boisset vende vinos en envases alternativos en Estados Unidos y Canadá. La marca French Rabbit en tetra pack, Yellow Jersey en PET y una nueva gama en aluminio. Pero sus intentos de hacer lo propio en Europa no han sido demasiado satisfactorios. El aluminio, por ejemplo, muy fácil de reciclar y de transportar por su ligereza, tiene el problema de la opacidad. El consumidor está acostumbrado a ver a través del cristal y no todo el mundo, señalan los responsables de la firma, sabe por ejemplo que un merlot es un vino tinto. Hasta la fecha, lo que mejor les funciona en el viejo continente son los tetra packs de 25 cl., especialmente si se estimula la compra con la prueba previa el producto.
Otro ejemplo viene de Sudáfrica. La firma The Company of Wine People ha sido pionera en el diseño de un envase tipo bolsa que, de forma similar al bag-in-box, lleva incorporado un dispensador para servir el vino.
Pero no todo es necesariamente nuevo. Sin posibilidad de encajar en estos futuristas sustitutivos de la botella, los grandes fabricantes de corcho con Amorin a la cabeza están defendiendo su producto más que nunca amparándose en su carácter natural y en su contribución a la conservación de la biodiversidad. De hecho, los alcornocales de España y Portugal están amparados por la legislación europea Natura 2000. Amorim además acaba de lanzar una campaña de recogida y reciclado de corchos en Estados Unidos bajo el lema “Recork America”.
Transporte ecológico para el reparto de vinos en Barcelona
Bodegas ecológicas
Puertas adentro también se espera que las bodegas sean lo más respetuosas posible con su entorno en la tarea de transformar la uva en vino. Quizás todavía no haya muchos consumidores que frente a vinos de estilo similar e idéntico origen se decanten por aquellos firmados por bodegas comprometidas con el medio ambiente. Pero está claro que este tipo de aficionado irá ganando peso en el futuro.
¿Veremos contraetiquetas en las que además de detallar las variedades y el tiempo de crianza –¿quizás también los ingredientes? –, se hable del compromiso medioambiental del elaborador?
Miguel Torres, una de nuestras firmas más grandes y con mayor peso internacional, tiene colgado en su web el proyecto “Torres green” que entre otros puntos incluye la instalación de 12.000 metros cuadrados de placas fotovoltaicas este año, la renovación de su flota de vehículos por modelos híbridos, el uso de combustible biodiesel en los tractores que realizan trabajos en el viñedo, la aplicación de tratamientos fitosanitarios con helicóptero para reducir las emisiones de CO2 o la inversión de cinco millones de euros en la próxima década para reforestación y financiación de proyectos de investigación orientados a reducir las emisiones.
Placas solares en Miguel Torres
En la bodega californiana del grupo han instalado 144 placas solares que reducirán a la mitad el consumo de energía y en su viñedo biodinámico 50 ovejas realizan un peculiar “desherbado ecológico”. A la par, el argumento medioambiental se convierte en un elemento más de comunicación al mercado y al consumidor y acaba formando parte de la “historia” y la filosofía de la bodega.
Por suerte o por desgracia, cada acción, cada actividad tiene consecuencias para nuestro entorno. Es muy posible que en los próximos meses surjan nuevos puntos de atención. ¿Qué ocurre con el agua, por ejemplo? Viendo los datos que publicaba hace unas semanas Jancis Robinson en su web, para elaborar un litro de vino en una región en la que se registra una pluviometría de 200 litros anuales sería necesario aportar unos 140 litros más de riego, más otros 10 en concepto de usos de bodega, que irían en su mayoría a tareas de limpieza. No es extraño que con estas cifras haya viticultores que se planteen seriamente el cultivo de secano (de hecho, era la norma en nuestro país hasta no hace tanto). Si las condiciones climáticas no son extremas en exceso, las ventajas añadidas pueden ir más allá del respeto por un bien escaso: conseguir uvas de sabor más intenso y concentrado o incluso reflejar la expresión real de las condiciones naturales de una cosecha.
A medida que ésta y otras iniciativas comiencen a generalizarse, el vino que llegue a su copa podría ser ligeramente distinto y, definitivamente, presentarse de una manera que nunca antes hubiera imaginado.
Publicado por
FI
en
7:44
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