Lo bueno de tener amigos que saben de vinos


Todos deberíamos tener algún amigo entendido en vinos y con algo de vento; tener este tipo de personajes cerca tiene sus privilegios.

A los que recién entramos al mundo del vino es fácil hipnotizarnos con un tinto que supere los 30 pesos. A pesar de esto, es difícil darnos cuenta de la real diferencia entre un vino de 50 a 150 mangos (al menos es mi caso), por eso cuando se me presenta en casa un amigo con una botella de una marca que no conozco y dice “tenés que probar esto y bla bla bla… está buenísimo”, es música para mis oídos.

Esta vez, el amigo en cuestión se apareció con una botella de la Bodega Riglos, un Gran Cabernet Sauvignon 2008 que, como conté antes, uno que no está acostumbrado a deleitarse con vinos que superen los $100 (encima la etiqueta antepone Gran al Cabernet Sauvignon), ya me predispuso bien. Noté que se venía algo bueno, como si me invitaran a jugar al rugby y mi compañero de equipo fuera Conan el Bárbaro. Así que quesitos en la tabla, controlamos temperatura, saqué los copones y empezamos el ritual del disfrute.

El vino no defraudó para nada, todo lo contrario: nos encantó y disfrutamos el momento que imaginamos.

En realidad, tendríamos que haberlo dejado unos minutos más en la copa, ya que en la segunda estaba más rico que en la primera. No sé realmente si fue porque se oxigenó o porque nuestros paladares estaban más preparados para disfrutarlo.

Y ustedes, ¿qué vino los sorprendió últimamente?