Vinos del fin del mundo


En 1996, en medio de un paisaje desértico de la Patagonia argentina, Julio Viola decidió lo que entonces parecía una osadía: poblar esa tierra de viñedos. Entonces, en Neuquén, no había competencia. Sólo el suelo árido, un viento implacable y el agua en la lejanía, a cinco kilómetros de distancia. Pero en ocasiones la convicción suele acabar con los pronósticos adversos. Ahora, 15 años después, la Bodega del Fin del Mundo se levanta imponente como el anuncio de lo posible y, lo que antes era tierra despojada, ahora está poblada de 2.000 hectáreas de verdes viñedos, incluidas las 850 propias y las que vendió para que prosperaran otras bodegas. "Cuando él empezó se dio cuenta de que estaba en la latitud del vino, que las diferencias de temperatura entre el día y la noche eran favorables para las vides, así como el suelo arenoso", cuenta ahora Ignacio Torti, gerente de exportaciones de la bodega que estuvo de visita en Caracas. Allí se las arreglaron con asesoría israelí para que el agua que baja de la cordillera transitara varios kilómetros y llegara en gotas a sus plantas. Y para cuidar a las uvas del viento implacable, las protegieron inicialmente con conos plásticos que preservaban cada racimo. Ahora proponen vinos con personalidad propia, que cuentan lo que se logra en esta tierra extrema al final del mundo. Lo que antes jugaba en contra, ahora resulta a favor. "Son vinos muy concentrados, con buena acidez. Las uvas, para protegerse del viento, desarrollan una piel más gruesa, que otorga más taninos. Son vinos con cuerpo y buena concentración de color", describe Torti.

El francés Michel Rolland es su asesor y su enólogo es Marcelo Miras, que no deja salir ningún vino de sus confines si no está listo para beberse. En los anaqueles locales aguarda buena parte de la gama de sus propuestas: desde el más encumbrado de la casa ¬el Special Blend elaborado con cabernet, malbec y merlot¬ hasta los bautizados Postales del fin del mundo.

Fuente: el-nacional.com