Vinos y quesos, las claves de un acuerdo exitoso
Los vinos y los quesos son dos de los manjares más apreciados y se disfrutan mucho más cuando comparten la mesa. Aunque no existe una respuesta científica, hay innumerables cuestiones que convierten a esta pareja en una de las experiencias gourmet más excitantes.
El maridaje perfecto simplemente no existe; por lo tanto, no hay un vino para un queso o viceversa, sino que existe una gran variedad de etiquetas para poder disfrutar con una diversidad aún más importante de estos productos derivados de la leche.
Por el lado de los quesos, se puede encontrar un sinfín de ejemplares, cada uno con sus características particulares de textura (blandos, duros, pastosos, granulados, gomosos, casi líquidos...), sabor (agrios, salados, dulzones, picantes…) y aromas (un amplio abanico que va desde los muy suaves a los súper penetrantes), sumadas al grado de madurez de cada caso, que hace variar los niveles de intensidad gustativa y aromática.
Al degustar un queso, fuera cual fuera, los aromas se suelen instalar en la boca y pueden llegar a persistir un largo rato; pero también los gustos envuelven el paladar con tonos lácticos y evocaciones no muy habituales.
No obstante, esta multiplicidad que propone el queso es la que convierte al vino en su mejor partenaire ya que también esta noble bebida la ostenta una pluralidad líquida, pero también táctil, y es considerada como la mejor para potenciar el placer de comer un bocado con una solidez tal que encaja perfectamente con la estructura del vino, que se las arreglará para pasar por el paladar haciendo lo suyo y aportando su cuota.
Y si la abundancia de posibilidades del queso es atractiva, más allá de la practicidad para disfrutarlo, sabiendo que al comer por bocados la charla se estimula, el tiempo compartido se alarga y se hace mucho más ameno y entretenido; sin lugar a dudas, el vino es la bebida ideal, o mejor dicho, la única capaz de integrarse a esa experiencia y hacerla mucho más placentera.
¿Cómo elegir los vinos?
La mejor manera de lograr una buena selección es pensar en el grupo, luego en el ámbito que se quiere crear y por último en los quesos que serán coprotagonistas de lo que va a pasar. Lo que hay que tener presente es lo siguiente:
• Para los quesos de cabra muy frescos, con esa acidez sostenida, será conveniente tener a la mano algunos espumantes o blancos que puedan igualar esas sensaciones de frescura sin perder atributos.
• Para los quesos de pasta blanda, pero con presencia de hongos y con algo de madurez, como suelen ser el Brie y el Camembert, lo ideal será tener blancos con buen cuerpo o tintos delicados. En este caso, un Chardonnay con paso por madera o un Pinot Noir joven están a la altura de las circunstancias.
• Para los quesos semiduros de sabores no muy pronunciados y texturas algo pastosas, existen distintas alternativas: un rosado que ayude a limpiar el paladar o un tinto joven y vivaz (un Malbec, por ejemplo), aunque también un blanco firme puede funcionar de maravillas.
• Para esos quesos especiales que por sus intensidades invaden hasta el ambiente, los grandes vinos tintos argentinos son una buena opción porque suelen ostentar equilibrio y tienen presencia y elegancia. Pueden ser a base de Malbec o de Cabernet Sauvignon. Seguro que al primer sorbo, el vino cambiará y se sentirá distinto; sin embargo, la sensación seguirá siendo placentera, más aún en los tragos siguientes.
• Para esos quesos muy salados, picantes y pastosos (como suelen ser los azules), los vinos de cosecha tardía representan una muy interesante elección porque generan en la boca un contraste de sabores que sorprende. Entonces, como se puede ver, son tantos los factores que se torna difícil –y hasta imposible– armar una pareja perfecta
Publicado por
FKI
en
5:57
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Etiquetas:
Maridaje