El disfrute en cada persona es tan diferente como el mismísimo ADN. Es por eso que hay que dejar de intelectualizarlo y dejarse llevar por los gustos propios y no ajenos.
Confío plenamente en nuestro vino, pero mucho más en los argentinos que lo disfrutan. El tema es que hay muchos y muchas que aún no han tenido la oportunidad de toparse con la copa correcta en el momento indicado. Pero creo que eso es sólo cuestión de tiempo.
Las bondades de nuestros vinos son cada vez más y lo mejor es que ahora también vienen dentro de la botella, con lo cual ya no sólo se trata de leer buenas y sanas intenciones en las contraetiquetas, sino que el disfrute se percibe en cada copa. Y aunque muchos le atribuyen esto a la magia intrínseca de esta noble bebida, no hay nada aquí que no se pueda explicar racionalmente.
El tiempo pasa y trae sabiduría: los enólogos y los ingenieros agrónomos día a día interpretan con mayor facilidad las preferencias y exigencias de los consumidores; las vides se adaptan cada vez mejor a nuestros terruños y se expresan, la tecnología ya no es un problema, sino una gran herramienta… Sin embargo, pese a esta evolución que se traduce en calidad, sigue habiendo muchas personas que saben bastante en materia de pasarla bien, pero que no han adoptado al vino como compañero de ruta.
La barrera que los separa no tiene que ver con los atributos organolépticos de tal o cual tinto, blanco, rosado o espumantes, ni siquiera con sus complejidades, sino más bien con un pensamiento que les dice que no están capacitados para disfrutar un vino por no ser expertos.
Permítanme, entonces, comenzar a derribar un mito más… (y van). No existen los expertos en vinos o, mejor dicho, todos somos expertos en vinos. Porque por más que yo deguste una gran cantidad de ejemplares a lo largo del año, no me alcanza para decidir cuál le gusta más al otro. En todo caso, soy un amante más del vino que eligió comunicarlo para fomentar su sano y entretenido consumo, y tengo la curiosidad suficiente para probar sin cesar.
Esto me permite tener en mente una gran cantidad de etiquetas, bodegas y personajes, y un vocabulario más amplio para responder cuando me toque. Pero nada más.Si lo prefieren, podemos decir que yo soy el más experto en vinos que le gustan a Fabricio. Y, por lo tanto, cada uno es su propio maestro. Si partimos de esa base, este fascinante mundo, con todas las sensaciones que tiene para darnos, se abrirá ante nuestro paladar, en lugar de que lo veamos cerrado.
Todos sabemos qué nos gusta y qué no, la clave está en querer descubrirlo. Y es allí donde yo debo poner el acento: generarles la curiosidad, lo demás está en manos de nuestros grandes enólogos. Pero volvamos a las cuestiones del saber beber.
El conocimiento de un tema nos permite tener más información. Seguramente, un winelover que sabe y admira de lejos el Petrus (el afamado tinto de Pomerol), el día que pueda degustarlo lo disfrutará más por todo lo que conoce. Pero eso no implica que a su lado haya alguien que no sepa nada de ese vino y lo disfrute tanto o más que él.
En todo caso, es una competencia que no tiene sentido.
El disfrute es tan diferente como el ADN y nadie puede comprobar cuál es mejor, mayor o más importante que otro. Lo que sí sucede es que los que saben algo de vinos, por tener más conocimiento a través de lectura de revistas especializadas, guías, páginas web o visitas a ferias y bodegas, son más conscientes de lo que les pasa al llevarlo a la boca y tienen más argumentos para poder explicar sus sensaciones.
En cambio, la mayoría de los que toman vino ni se preocupa por ponerse a pensar en ello. Se lo sirven, lo beben y listo. Quizás si alguien les pregunta, responden que les gusta, pero lo más probable que el contenido de su copa no se convierta en su tema de conversación, algo que sí les sucede a los que prestan más atención. Pero yo estoy seguro de que ellos también disfrutan, el tema es que no saben que lo están haciendo. Lo único que espero es que todos aquellos que hasta hoy siguen justificándose cuando les sirven un vino importante, dejen de hacerlo y se den cuenta del verdadero valor que tiene el placer inconsciente.
Fuente: El Conocedor