La declaración del vino como la bebida nacional fue un gran espaldarazo, pero en el inconsciente colectivo ¿es parte de nuestra idiosincrasia como lo son el dulce de leche o el mate pese a no tener el mismo estatus oficial?
A partir del 24 de noviembre del año pasado, cuando la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, declaró el vino “bebida nacional”, todos los medios (masivos y específicos) nos hicimos eco de la noticia y las crónicas de este evento sin precedente en el país se plagaron de frases que, al leerlas de corrido, suenan sólidas y correctas, pero que, sin embargo, con una reflexión un poco más profunda, es probable que la mayoría genere ciertas incertidumbres. Algunas de las que salieron publicadas fueron: “el vino es parte de nuestra idiosincrasia”, “el vino es sinónimo de reunión y de la mesa de todos los días de los argentinos”, “el vino es la bebida que nos identifica”, “el vino es un producto alimenticio más de nuestra canasta familiar”, “el vino es un símbolo de argentinidad”…
A decir verdad, en El Conocedor estamos muy contentos de que esta noble bebida a la que le dedicamos casi todas nuestras páginas haya sido respaldada oficialmente desde el poder político, pero nos preguntamos: ¿todos los argentinos reconocemos o sentimos que el vino es parte de nuestra argentinidad, tal como sucede con el dulce de leche o el mate, pese a que estos productos no cuentan con el aval oficial?
Este planteo se lo hicimos a un experto en saber cómo somos y por qué somos como somos: el sociólogo Luis García Fanlo, autor de Genealogía de la argentinidad y titular de la cátedra de Sociología de la Argentinidad en la Universidad de Buenos Aires.
Claro que, antes de entrar a desenmarañar el tema en busca de una respuesta concreta, debíamos empezar por el principio y saber qué se entiende por argentinidad. En sus palabras: “Es una invención que surgió a principios del siglo XX, casi en paralelo con la celebración del centenario de la patria. En aquel momento se trató de generar algo que cohesionara una sociedad que, básicamente, estaba llena de inmigrantes. Así se construyó una serie de hábitos, costumbres, valores, virtudes, maneras de pensar y de actuar que fueran típicamente argentinas. Teníamos que inventarnos una nacionalidad, construir un argentino ideal, adaptado al orden social. Es por eso que la argentinidad está estructurada como un régimen de verdad que define quién es argentino, qué es ser argentino, cómo es ser argentino y cómo se puede llegar a serlo… y, claro, todos sus contrarios”
Más allá del decreto presidencial que lo afirma, desde el punto de vista de la argentinidad: ¿es el vino nuestra bebida nacional?
El vino como consumo popular o más masivo lo traen los inmigrantes hacia finales del siglo XIX. Este hecho-costumbre logra provocar una tensión interesante en algunos de los pensadores de los postulados de la argentinidad que, aún en aquellos tiempos, hablaban de civilización y barbarie. Entonces, al ser el vino un símbolo de civilización (el modelo era Europa) era necesario incorporarlo dentro de este marco. Sin embargo, tuvieron que pasar muchos años hasta que una firma presidencial lo declarara como tal. Pero ¿basta con una rúbrica en un papel oficial para reconocerlo como un bien preciado de los argentinos o es necesario que otras variables interactúen para que ello ocurra? ¿Es primordial que un jefe de estado diga que tal o cual cosa está dentro de lo nacional o es inminente que los argentinos lo reconozcan como parte de su argentinidad? En algún momento hubo un intento para que el vino se convirtiera en un consumo popular; de hecho, lo fue entre las décadas del 60 y del 80, en las cuales los mensajes desde la gráfica y la televisión apuntaban a la familia, un elemento fundamental como valor importantísimo de la argentinidad. Recordarás las publicidades de Resero Blanco Sanjuanino, Peñaflor, Crespi y el inolvidable personaje que hacía el actor Hugo Arana, Bordolino y la historia de un amor de clases… Sin embargo, los avatares de la economía (en especial los de la macro) y los cambios de gobierno, que indefectiblemente produjeron una movilidad social en muchos argentinos, hicieron que el vino se convirtiera en un objeto más suntuoso y accesible para pocos.
La sofisticación y el boom del nuevo siglo también produjeron que muchos lo vieran como un bien que estaba fuera de su alcance, como si no fuera argentino… No nos olvidemos de que nosotros desde siempre –también en la actualidad– miramos continuamente fronteras afuera…
Entonces, todo pasa porque aún no sentimos el suficiente orgullo por lo nuestro…
Quizás algo de eso hay porque para que un producto, en este caso el vino, esté dentro del concepto de argentinidad tiene que sí o sí ser aceptado afuera. Y ahí radica un gran problema porque el argentino no se reconoce como tal y necesita de la mirada del otro para reafirmar su argentinidad, mejor aún si ese otro es extranjero, civilizado y culto. Es por eso que somos argentinos a través de objetos o de otras personas que idolatramos (siempre y cuando los veneren en otros países, obvio). Ejemplos sobran: Maradona, Gardel, Ginóbili, Messi… Esta coyuntura viene de la época de Bartolomé Mitre, en la que muchos pensadores repetían hasta el hartazgo que la Argentina tenía un destino de grandeza, pero lamentablemente el mundo no nos tenía en cuenta, lo que generó en el ciudadano común la idea de conspiración global hacia nosotros…
Es por eso que ante cualquier eventual y mínimo reconocimiento del más-allá-de-las-fronteras, además de reafirmar ese destino de ser los mejores, se afianza el sentido de argentinidad…
Pero también hay prácticas ritualizadas que todo “buen” argentino tiene que realizar para reconocerse a sí mismo y ser reconocido como tal…
Sí, claro, el asado, por ejemplo… Y aunque no hay nada mejor que comer esa carne a la parrilla con un tinto nacional, el vino aún no ha logrado ser un identificador de la argentinidad per se.
¿Qué necesita el vino para ser un factor identificador de la argentinidad?
No mucho más que producir un discurso que se asocie a las prácticas que comúnmente sirven como “identificadores” de argentinidad, pero también, a nuestro estilo de vida y forma de entender y comprender lo que decía anteriormente; es decir, ser afirmado y distinguido desde el exterior, quizás asociado a alguna personalidad reconocida como típicamente argentina, y a la vez, modificar el discurso actual que lo asocia a un consumo más de elite, en el sentido de que requiere ciertos saberes para disfrutar con más plenitud una copa de tinto, blanco, rosado o espumante. El discurso de la argentinidad siempre se presentó como unificador y homogeneizador de prácticas comunes, al alcance de todos y no me refiero exclusivamente a lo económico, sino también en términos culturales.
Fuente: http://www.elconocedor.com