Torrontés, el blanco que se impone
Argentino por definición, el Torrontés produce vinos que seducen por su fragancia y su personalidad. Las modas le quitaron protagonismo, aunque todo indica que ahora es el momento para devolverle la gloria.
Hace algo más de una década y media existía una simple prueba que el que suscribe realizaba cada vez que comía en un restaurante: observar y contar la cantidad de mesas en las que se bebía vino Torrontés. Los resultados solían ser aplastantes, frecuentemente cercanos al 80 o 90% del total. Hoy, aquella prueba adquiere un considerable valor estadístico al hacer una comparación con las costumbres actuales en materia de consumo.
Los años pasaron y el Torrontés fue perdiendo vigencia. Ya no se lo veía en restaurantes y góndolas con la misma profusión. El periodismo especializado no se ocupaba tanto de él o directamente lo ignoraba. Dejó de ser motivo de nuevos lanzamientos por parte de las bodegas. Los premios otrora constantes pasaron a ser esporádicos. ¿Qué le ocurrió a esta variedad y a sus vinos, que hasta no hace mucho nos enorgullecían y prometían tanto? La respuesta a esta pregunta puede hallarse en la conjunción de múltiples factores. Por un lado, la inclinación de la balanza del consumo hacia los vinos tintos, fenómeno muy marcado durante la década pasada y particularmente fuerte entre los vinos de calidad. Por otro, el desarrollo de numerosos varietales blancos que hasta entonces tenían una incidencia muy baja en el mercado. Siguiendo esta corriente, la mayoría de las bodegas optó por el camino más sencillo (algo lógico y no necesariamente criticable), privilegiando la elaboración de vinos comercialmente exitosos en el primer mundo, como el Chardonnay, el Sauvignon Blanc y el Viognier.
Pero el pasado siempre vuelve, y el caso del Torrontés no es una excepción. Durante el último bienio empezó a resurgir como un auténtico emblema nacional en materia de vinos blancos. No por nada los extranjeros, tanto aficionados como expertos, se quedan fascinados cuando lo prueban. Al decir de ellos, su sabor les produce la extraña sensación de estar tomando algo familiar, pero a la vez distinto a todo lo conocido. En efecto, cuando está bien hecho, el Torrontés es una verdadera maravilla enológica mundial, ya que ofrece características únicas. Mientras su aroma recuerda a un ramillete de flores y algunas frutas, el sorbo obligado a continuación produce una seudosensación de dulzura, dado que es uno de los pocos vinos que sabe a uvas frescas, casi como si uno estuviera tomando un zumo recién exprimido de los racimos. Esta curiosa impresión dulce (aunque el vino sea seco), fresca y agradable, es quizás la mejor carta de presentación del blanco argentino por excelencia.
Como si esta multiplicidad de potencia aromática, sabor voluptuoso y frescura jugosa no fuera suficiente, nuestro héroe tiene también una muy buena predisposición a combinarse con las comidas de manera sumamente versátil. Es bien conocida su simbiosis con los platos típicos del NOA: el huascha locro, las empanadas salteñas y los tamales, sin olvidar otros guisados vigorosos y picantes bastante frecuentes en todo el territorio patrio.
Para los que gustan de las gastronomías foráneas, el Torrontés es un excelente amigo de las comidas orientales, especialmente la china, la thai y la hindú. No menos acertado es el acuerdo con los platos mexicanos, tan difíciles de casar con los vinos en general debido a la presencia de picantes fuertes. Hace muy poco tiempo, un conocedor centroamericano me aseguró que el Torrontés es el vino más indicado para acompañar toda una típica parrillada argentina, incluyendo achuras, chorizos y morcillas, y realmente debo decir que no se equivoca.
Por todo eso y mucho más, tal vez sea éste el momento de darle el apoyo decisivo a este noble blanco desde todos los sectores vinculados a la industria vitivinícola nacional. Un apoyo que, sin dudas, sabrá retribuir con creces.
Fuente: http://www.elconocedor.com