El diseño llegó a los vinos


Desde hace ya un tiempo la venta de una botella de vino implica decisiones estratégicas que van más allá de la cosecha. Hoy en día, en todo el mundo, la etiqueta que luce un producto se convirtió en un mercado que no deja de sorprender. La realidad demuestra que cada etiqueta tiene un estudio de mercado que la respalda y apunta a un determinado consumidor.

Un rastro de huellas de pájaro atraviesa la etiqueta detrás de un pingüinito caminante y decidido. Lo mismo que sucede con el personaje de Johnnie Walker (que aparece desde hace más de un siglo en la botella del whisky escocés, transformándose en un ícono reconocible en todo el mundo), ocurre con el pájaro austral que la marca australiana de vinos The Little Penguin eligió para representar cada una de sus variedades.

Muy poco sobrios y muy exitosos, los nuevos vinos australianos tuvieron que hacerse conocer en el mercado estadounidense. Y lo primero que decidieron mostrar fue la etiqueta.

En todos lados los encargados de diseñar la imagen de los vinos no se cansan de repetir lo mismo: “la primera botella la vende el diseñador; es la segunda la que vende el enólogo”.


Además de los datos meramente descriptivos acerca del contenido, o el apunte de cata, una enorme cantidad de información está encerrada en ese pedazo de papel pegado a la botella. Desde el tamaño a los colores, el tipo de letra o el dibujo, la etiqueta es un vehículo que busca, a través de la estética, atraer al consumidor adecuado.

Una etiqueta es buena no cuando es bella, sino cuando es efectiva.

“¿Quién apostaría a un vino blanco de alta calidad identificado con una etiqueta enorme cuyo dibujo, impreso hacia el interior de la botella, construye un juego óptico que toma volumen al observarlo a través del contenido?”. Nadie.

Esa es la propuesta de New Age, un muy simple frizzante de la bodega argentina Bianchi, que se propuso con mucho éxito conquistar un mercado joven no aficionado al vino. Alguien que pudiera pedirlo incluso en una discoteca.

La elección del nombre no es azarosa y mucho menos un error, para llegar a él se testearon 50 posibilidades.

Nada en la etiqueta de New Age refiere al vino, porque está pensado para ganar a un consumidor que bebe cerveza. Ningún paladar de mediana edad aficionado al vino se detendría dos segundos ante este frizzante, para ellos las etiquetas se piensan austeras y elegantes.

Detrás de estas decisiones de mercado, alguien pone la cara para presentar un producto que tiene que ser seleccionado entre cientos en la góndola de un supermercado.

Con la exportación por delante, la elección correcta de un nombre, un slogan y un diseño cobra una importancia que en algunos países bien puede suplir la de la tradición o la costumbre.

Incluso las compañías importadoras de los grandes mercados pueden intervenir y opinar sobre la conveniencia de la imagen del vino que seleccionan para distribuir.